El primer trimestre del 2020 ha sido uno de los más accidentados. Sismos, posibles guerras, enfermedades han dominado las noticias y, lo que empezó como un fenómeno local en China, hoy vivimos en una pandemia que nos está obligando a cambiar la forma en la que nos desplazamos, trabajamos, interactuamos, etc. Responder al COVID-19 impone un cambio de las velocidades a las que estamos acostumbrados a vivir.
El coronavirus ha acabado con la vida de casi 12 000 personas alrededor del mundo. Se ha expandido a más de 172 países e Italia es uno de los más afectados, con más de 4032 muertes registradas. En Perú, hasta el momento, se tiene registro de 318 casos y 5 decesos, y se estima que ambas cifras incrementen en los próximos días —esperemos que no. Evitar el avance de esta pandemia nos está exigiendo actuar bajo un nuevo orden que afecta tanto esferas de la vida pública, la privada y, en general, todas las dinámicas sociales.
En tiempos en los que la información viaja a tiempo real, nos parece muy ‘antiguo’ lo que se decía semanas atrás acerca del coronavirus. Lo estamos viviendo en carne propia y somos testigos de toda la incertidumbre de este fenómeno y del gran impacto que este trae al comportamiento de las personas. Este golpe acelerado nos evidencia sin escrúpulos que no hay nada más normal y constante en nuestra existencia que el cambio.
En los últimos años se dice mucho en el argot del mundo empresarial, la industria del cine, la tecnología, la música, política, etc. que “estamos en tiempos de cambio”. Pero es que desde el inicio de nuestra existencia en este planeta, el cambio y la transformación siempre nos ha acompañado. El detonante del COVID-19 en esta región del mundo nos debe llevar a pensar qué tan listos y preparados estamos para adaptarnos a estos nuevos cambios, a ser conscientes de las mentalidades y hábitos que tenemos que ir perdiendo para lograr un bienestar colectivo.
El cambio es lo más común en nuestras vidas. Atrás están quedando paradigmas que ya no nos funcionarán. A una velocidad acelerada, estamos avanzando hacia un ‘nuevo normal’. El sobrevivir a esta crisis no se garantiza con tener una alacena repleta de alimentos y útiles de protección e higiene. Esta crisis nos está retando a adaptarnos como sociedad, y la resistencia al cambio es nuestro más grande enemigo. Ahora debemos pensar en el bien común por encima de nuestra individualidad, a racionar nuestros recursos para que todos se vean favorecidos; a acomodarnos a una nueva forma de aprender, a nuevas modalidades de trabajo; a buscar soluciones a desafíos que jamás pensamos que podrían pasar —y de los que probablemente aún no somos conscientes.
Casi por obligación, esta crisis nos lleva a sacar nuestro lado más humano y a mirar a los demás como a nosotros mismos. No tenemos otra opción más que dejar nuestra individualidad, nuestra criollada —que a algunos los hace saltar el aislamiento obligatorio y las medidas de prevención que señala el Gobierno central— y creérnosla de verdad que mientras uno esté sano, también lo estarán los demás. El reto hoy es lograr cambios siendo totalmente empáticos —en la dimensión completa y real de la palabra.
Hace unos días, el filósofo esloveno Žižek señalaba que uno de los efectos colaterales de la pandemia del COVID-19 debería llevarnos a pensar “en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad que se actualice como solidaridad global y cooperación”. Tenemos aquí una gran oportunidad de transformación, de evolucionar de forma colectiva, como sociedad, región, país, etc. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Cómo queremos que sea?
Seamos conscientes que muchas de las cosas que antes estábamos acostumbrados a realizar y creíamos que eran ‘normal’ dejarán de serlo. El cambio siempre está. Tenemos en nuestras manos la oportunidad de romper esos paradigmas, de cambiar esas bases y pensar en cómo queremos que sea esa humanidad del futuro. Si estás con vida este 2020 y estás leyendo esto, tienes la obligación de salir de tu zona de confort y ser también parte de la construcción de un ‘nuevo normal’: podemos construir el país y el mundo que todos queremos.